Varias décadas separan la época en que Bellini ambientó la tragedia de Norma, en torno al 50 a.C., de los acontecimientos que protagonizaron quienes fueron propietarios de los objetos que integran esta muestra temporal que se puede visitar durante la Noche Blanca en el Museo Arqueológico de Asturias. Aún así, ambos escenarios participan de circunstancias reiteradas en cada uno de los territorios sometidos al yugo romano: la importancia del ejército, siempre atento a las tentativas de insurrección, y muy especialmente, el privilegiado trato dispensado por Roma a las aristocracias locales, afanadas sin disimulo en su interesada aproximación al nuevo poder. En el año 19 a.C., Augusto dio por concluidas las guerras contra cántabros y astures con las que se completaba el dominio romano sobre las últimas regiones fuera de control en la Península Ibérica. Un territorio ocupado por pueblos levantiscos, con modos de vida poco civilizados a ojos de los cronistas clásicos y con un elemento distintivo de su cultura ancestral: el castro. Así fue durante los siglos previos a la conquista y aún hubo de serlo en las décadas posteriores mientras Roma impuso, bajo una estricta tutela militar, la explotación masiva de las minas de oro. Ambos agentes, la actividad minera y el ejército, catalizaron profundos e irreversibles cambios que aceleraron la desintegración de la sociedad astur-galaica de la Edad del Hierro y favorecieron el ascenso social de una elite indígena afín. La aparición de títulos como el de princeps albionum otorgado a Nicer en la célebre inscripción de Vegadeo, testimonia la consolidación de aristocracias indígenas destinadas a regir las instituciones locales.